9.12.10

'Una siesta feroz': cuando escribir merece la pena


Mañana viernes, 10 de diciembre, a las 20 horas, en el Club Prensa Canaria (León y Castillo, 39, Las Palmas de Gran Canaria), se presenta el cuento Una siesta feroz, libro soñado por Alberto Hernández en el que ha contado con una serie de amigos -entre los que se encuentran Alexis Ravelo, Ángeles Jurado, Yeray  Rodríguez y quien escribe estas líneas- para crear este "cuento de muchos sueños" y que ha entregado, generosamente -quien lo conoce sabe que siempre lo es-, a la Asociación de Padres Unidos Pequeño Valiente y que ha  contado con el apoyo de Anroart Ediciones y Estudio Nexo. 
Creo que la iniciativa es la mejor de las iniciativas posibles en un momento en el que más que nunca hace falta que arrimemos el hombro y tratemos de ser mejores personas de lo que somos. Para mí, fue una experiencia muy especial: trabajar con Alberto y hacerlo por una causa justa.

18.11.10

La memoria encontrada (a Francisco Morales Padrón)

En ocasiones, sucede que surge un nombre en una conversación y, al poco tiempo, esa persona desaparece. La casualidad parece apelar a nuestra memoria, que es, como tantas cosas en esta vida que parece ser cada día más corta, caprichosa, pero que es lo único a lo que uno puede aferrarse cuando va pasando el tiempo.

La muerte, como las casualidades, es repentina. La creemos posible, plausible, cercana, pero su aparición nos sorprende.

Ha desaparecido Francisco Morales Padrón, a quien tuve la dicha de tratar. Puedo afirmar, además, que, como en otras ocasiones, se cumplía la proporcionalidad entre el saber y el ser.

Escribo estas líneas cuando la noticia ha dejado de ser relevante.

De entre los textos que han ido apareciendo estos días, me quedo con el de Elena Acosta, porque creo que resume la voluntad de un hombre que trabajó incansablemente y que trató de ser honesto.

Hace años, cuando lo entrevisté para un documental sobre Néstor Álamo y su vinculación con la Casa de Colón, me hizo patente su preoupación porque unas declaraciones suyas habían sido malinterpretadas puesto que no se correspondían a lo que había querido decir, lo que le había ocasionado serios disgustos. Cuando se tiene tanto camino recorrido, es duro que no se preste atención a lo que se dice y a cómo se dice. Francisco Morales Padrón fue honrado personal e intelectualmente. Con su fallecimiento, perdemos no sólo al intelectual, sino también algo de nuestra memoria.

Descanse en paz.

12.11.10

Eugénio de Andrade

Mi amiga Nayra Pérez, que está en Skopje (Macedonia) ofreciendo sus múltiples saberes, me recordó a Eugénio de Andrade, del que guardo grata memoria.

Fue hace ya 15 años cuando lo conocí; el mismo en que traté a Fernando Guimarães, magnífico poeta y ensayista. Por aquel tiempo, me encontraba estudiando en la Universidad de Oporto. Eugenio Padorno me había recomendado que aprovechara mi estancia para entrevistar a algunos escritores portugueses; algo que hice a medias. De Fernando Guimarães, publiqué una entrevista y una traducción de dos textos, pero de Eugénio de Andrade no publiqué nada. Sobre Guimarães, de quien hace mucho que no sé nada, volveré en otro momento.

El poeta me invitó a su casa, que está en la atlántica avenida de las palmeras. Su hogar estaba donde había decidido dejar su legado, en Oporto. Me confesó que primero le había ofrecido la posibilidad al Ayuntamiento de Lisboa, pero sin suerte. En el Norte, estaba, pues, su última morada.

La casa fundación está en una de las casas terreras que dan al mar -creo recordar-. En la planta baja, se encuentra el espacio expositivo. Arriba, la residencia del poeta.

Recuerdo que me mostró aquellos manuscritos de los escritores españoles del 27, aquellas ediciones y cartas que le habían hecho llegar.
Sus recuerdos de Canarias, donde estuvo, no eran buenos. Andrade vino a buscar el paraíso, el espacio mítico, y se encontró con un espacio invadido por los turistas que apenas sabían de las Islas y que buscaban sol, playa y bebida. Tal vez, no encontró quien lo guiara.

Andrade falleció hace ya cinco años. Mi encuentro, si bien breve, me proporcionó la posibilidad de conocer a un hombre sumamente exquisito, a un poeta antiguo, que trataba de comprender un mundo que él había conocido diferente.

6.10.10

José María Millares Sall

Ayer Míchel J. Millares me dio la noticia.

Todavía hoy estamos emocionados. Mis amigos (hablo con Oswaldo Guerra; me emociono con Alicia Llarena y Alexis Ravelo; me felicita Nayra Pérez...), con los que comparto tantas cosas, se sienten dichosos por la nueva. Ahora vienen los homenajes y nosotros, íntimamente, nos alegramos, porque hubo muchos que callaron, "y criminalmente", como escribiría Graciliano Afonso, cuando el poeta estaba entre nosotros. Nos alegramos por la justicia; por la verdad.

Hace unas semanas, Eugenio Padorno recordaba, en una mesa redonda que se había organizado para celebrar a Pedro Lezcano y, con él, a los miembros de Antología cercada, la frase que María Rosa Alonso decía sobre los autores canarios, que, cuando mueren, mueren dos veces. Hoy sentimos que, por fin, los muertos pueden revivir; que las palabras que dijeron y que destilan una verdad única volverán a ser dichas.

El Premio Nacional de Poesía, convengo con Eugenio Padorno, es un premio que va dirigido a una generación poética única -la de Ventura Doreste, Agustín Millares Sall, Pedro Lezcano, (Juan Mederos), y (aun en la distancia) Ángel Johan; los miembros de Antología cercada (también Juan Manuel Trujillo merece un lugar en esta nómina)-. Pero el premio reconoce además una poesía, como la de José María Millares, que se cimienta en la verdad; que nos sorprende por su vigor. Con los Cuadernos, se le viene a reconocer uno de los títulos fundamentales para las letras hispánicas, Liverpool. José María Millares, generoso y sencillo, llevará de la mano a otros tantos poetas que desde Canarias han creado una "atmósfera poética" -como escribiría Agustín Espinosa- que dota de sentido este paisaje.

Más allá de los gestos de cara a la galería, más allá de la apariencia, está la esencia.

30.9.10

Lugares

Me planteo que no estoy haciendo las cosas bien. Lanzo las frases, pero el párrafo, el dichoso párrafo, queda incompleto. He de decidir cuál es mi objetivo; si dejo a un lado esos textos que me persiguen desde que tengo uso de memoria -he de continuar el camino del exégeta o, por el contrario, iniciar el camino del creador-. Leer, es fama, es reescribir. Los materiales se van apilando y van tomando cuerpo, ocupando el lugar que les corresponde; sin embargo, a veces, nos impiden ir hacia adelante.

Recuerdo ahora los libros que no he escrito, las ediciones que no he realizado, las erratas que no he corregido... Sí, definitivamente, no estoy haciendo las cosas bien.

28.9.10

Al peso

Miro las estanterías. Como si, de una vez por todas, el librero hubiera decidido que ya estaba bien; que en el fondo había que darle la oportunidad a aquellos potenciales clientes que no saben/no contestan de elegir de acuerdo con la pared, el mueble, la situación o ubicación del mueble, los niños, la abuela, el perro/el gato/el animal de compañía, el paradigma de los libros, ante mí se extiende una superficie compacta y negra. Ahora sí, ya no hay peligro. Los editores que de esto saben, confundidos en la masa, han publicado en magníficos volúmenes las novelas de Langston, de Turnston, de Admunsen, de Robinson, de Langley o de Sorensen. Títulos tan sugerentes como La mujer que tenía pánico al amanecer, El código diurno, Solsticio, El enigma Leoncavallo, El sudario de Magdalena, Dioscuros o Los hombres amordazados en ediciones asépticas, de 400 a 600 páginas, en rústica, componen esa mancha negra que ocupa sus buenos metros cuadrados y que serán, de seguro, reemplazados, en muy poco tiempo -como todos aquellos libros a la espera de un lector-, por volúmenes de similar volumen, escritos por indudables artesanos que teclean y teclean sin parar hasta llegar a esas divinas 400 o 600 páginas, a 300 la página.

Mientras, en otra parte, Cervantes, Borges, Cortázar, Bradbury y Fuster sueñan un sueño en llamas.