12.11.10

Eugénio de Andrade

Mi amiga Nayra Pérez, que está en Skopje (Macedonia) ofreciendo sus múltiples saberes, me recordó a Eugénio de Andrade, del que guardo grata memoria.

Fue hace ya 15 años cuando lo conocí; el mismo en que traté a Fernando Guimarães, magnífico poeta y ensayista. Por aquel tiempo, me encontraba estudiando en la Universidad de Oporto. Eugenio Padorno me había recomendado que aprovechara mi estancia para entrevistar a algunos escritores portugueses; algo que hice a medias. De Fernando Guimarães, publiqué una entrevista y una traducción de dos textos, pero de Eugénio de Andrade no publiqué nada. Sobre Guimarães, de quien hace mucho que no sé nada, volveré en otro momento.

El poeta me invitó a su casa, que está en la atlántica avenida de las palmeras. Su hogar estaba donde había decidido dejar su legado, en Oporto. Me confesó que primero le había ofrecido la posibilidad al Ayuntamiento de Lisboa, pero sin suerte. En el Norte, estaba, pues, su última morada.

La casa fundación está en una de las casas terreras que dan al mar -creo recordar-. En la planta baja, se encuentra el espacio expositivo. Arriba, la residencia del poeta.

Recuerdo que me mostró aquellos manuscritos de los escritores españoles del 27, aquellas ediciones y cartas que le habían hecho llegar.
Sus recuerdos de Canarias, donde estuvo, no eran buenos. Andrade vino a buscar el paraíso, el espacio mítico, y se encontró con un espacio invadido por los turistas que apenas sabían de las Islas y que buscaban sol, playa y bebida. Tal vez, no encontró quien lo guiara.

Andrade falleció hace ya cinco años. Mi encuentro, si bien breve, me proporcionó la posibilidad de conocer a un hombre sumamente exquisito, a un poeta antiguo, que trataba de comprender un mundo que él había conocido diferente.

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