18.11.10

La memoria encontrada (a Francisco Morales Padrón)

En ocasiones, sucede que surge un nombre en una conversación y, al poco tiempo, esa persona desaparece. La casualidad parece apelar a nuestra memoria, que es, como tantas cosas en esta vida que parece ser cada día más corta, caprichosa, pero que es lo único a lo que uno puede aferrarse cuando va pasando el tiempo.

La muerte, como las casualidades, es repentina. La creemos posible, plausible, cercana, pero su aparición nos sorprende.

Ha desaparecido Francisco Morales Padrón, a quien tuve la dicha de tratar. Puedo afirmar, además, que, como en otras ocasiones, se cumplía la proporcionalidad entre el saber y el ser.

Escribo estas líneas cuando la noticia ha dejado de ser relevante.

De entre los textos que han ido apareciendo estos días, me quedo con el de Elena Acosta, porque creo que resume la voluntad de un hombre que trabajó incansablemente y que trató de ser honesto.

Hace años, cuando lo entrevisté para un documental sobre Néstor Álamo y su vinculación con la Casa de Colón, me hizo patente su preoupación porque unas declaraciones suyas habían sido malinterpretadas puesto que no se correspondían a lo que había querido decir, lo que le había ocasionado serios disgustos. Cuando se tiene tanto camino recorrido, es duro que no se preste atención a lo que se dice y a cómo se dice. Francisco Morales Padrón fue honrado personal e intelectualmente. Con su fallecimiento, perdemos no sólo al intelectual, sino también algo de nuestra memoria.

Descanse en paz.

12.11.10

Eugénio de Andrade

Mi amiga Nayra Pérez, que está en Skopje (Macedonia) ofreciendo sus múltiples saberes, me recordó a Eugénio de Andrade, del que guardo grata memoria.

Fue hace ya 15 años cuando lo conocí; el mismo en que traté a Fernando Guimarães, magnífico poeta y ensayista. Por aquel tiempo, me encontraba estudiando en la Universidad de Oporto. Eugenio Padorno me había recomendado que aprovechara mi estancia para entrevistar a algunos escritores portugueses; algo que hice a medias. De Fernando Guimarães, publiqué una entrevista y una traducción de dos textos, pero de Eugénio de Andrade no publiqué nada. Sobre Guimarães, de quien hace mucho que no sé nada, volveré en otro momento.

El poeta me invitó a su casa, que está en la atlántica avenida de las palmeras. Su hogar estaba donde había decidido dejar su legado, en Oporto. Me confesó que primero le había ofrecido la posibilidad al Ayuntamiento de Lisboa, pero sin suerte. En el Norte, estaba, pues, su última morada.

La casa fundación está en una de las casas terreras que dan al mar -creo recordar-. En la planta baja, se encuentra el espacio expositivo. Arriba, la residencia del poeta.

Recuerdo que me mostró aquellos manuscritos de los escritores españoles del 27, aquellas ediciones y cartas que le habían hecho llegar.
Sus recuerdos de Canarias, donde estuvo, no eran buenos. Andrade vino a buscar el paraíso, el espacio mítico, y se encontró con un espacio invadido por los turistas que apenas sabían de las Islas y que buscaban sol, playa y bebida. Tal vez, no encontró quien lo guiara.

Andrade falleció hace ya cinco años. Mi encuentro, si bien breve, me proporcionó la posibilidad de conocer a un hombre sumamente exquisito, a un poeta antiguo, que trataba de comprender un mundo que él había conocido diferente.