2.4.08

Los "textículos" de Alexis Ravelo

Resulta para mí difícil, diría, y lo digo, tarea ímproba, presentar un libro de Alexis Ravelo. Lo es por la cercanía, por el amor y por el odio –que es mutuo-; pero, sobre todo, porque últimamente voy creyendo cada vez menos en el oficio del presentador y más en el del lector, al que le molesta –tal vez sólo me suceda a mí— que alguien, por el mero hecho de estar situado a medio metro por encima de él, le destripe el libro que con toda probabilidad leería si le diera la gana, cuando, donde y de la manera que quisiera si llegara a comprarlo o se lo regalaran. En otra ocasión y en otro escenario también lo dije: en estos actos se honra al que presenta y al presentado y en el caso del primero hará todo lo posible por parecer más listo que el presentado. Al fin y al cabo, es el minuto de gloria del primero.

Conozco a Alexis Ravelo de hace mucho, de cuando trabamos conocimiento en la Plazuela de las Letras y creíamos firmemente en el valor de la literatura para cambiar el mundo –aún hoy creemos—. Traigo este episodio del pasado para explicar el germen de una escritura original. En el primer número de la revista que nació de aquellos encuentros, en los que también se encontraba Carlos de la Fe y Carlos Álvarez ejercía de coordinador, ve la luz el relato de Alexis Ravelo “Vómito”. Se trata de un texto que podríamos considerar una declaración de intenciones y que ofrecía en aquel momento -hace ya 18 años- algunos de los rasgos de la escritura del autor. El texto se despliega por su propia inercia, crece en el fluir de conciencia hasta llegar al paroxismo. Ello supone un ritmo característico, como de letanía, en el que los sintagmas van creciendo de forma subordinada y que halla en el monólogo su forma adecuada. Había en aquel cuento, además, una marcada influencia de Cortázar –reverencial diría—, autor que, pasados los años, se ha convertido en un leve eco en sus escritos, como Borges, Bioy Casares, Calvino, por citar sólo algunos de los más conocidos.

Y su escritura ha ido ganando en consistencia, ha ido atemperándose y se ha perfilado. Algunos textículos es muestra clara de ello. Estamos, tal vez, ante uno de los mejores libros de prosas que se hayan publicado en años y el tiempo dará fe de este juicio.

Ahora, tal como Unamuno frente al árbol de Guernika, estamos aquí hoy para preguntarnos ¿qué tienen dentro los textículos de Alexis Ravelo? Lo que cualquiera: sustancia textual. Es controvertido el concepto, porque con “textículo” no nos referimos a un texto minúsculo –que también, en ocasiones— ni a un texto menor; para mí convendría definirlo como microrrelato y como relato desgajado de uno mayor. Pero volvemos al equívoco: en el equívoco siempre está todo.

Más de treinta textículos recoge en este libro su autor, en una muestra del dominio que tiene del oficio. Puede afirmarse que Ravelo penetra las cosas, es decir, comprende el significado profundo de las cosas y las muestra.

En sus textículos, presenciamos la maravilla de lo que se sustrae a la cotidianidad, porque dialoga con ella; la construcción de la realidad desde diversas perspectivas, que proporciona un juego de espejos que el autor sitúa ante los personajes de sus relatos y que desmontan los prejuicios que los envuelven y los definen ante el mundo (uno de los múltiples ejemplos lo encontramos en el magnífico “Hombre-silla”), o el juego que se produce a través del propio lenguaje (como en “Cerebro de mosquito” o “Des-posado”) o el puramente literario, que presenciamos en “Inés”, amén de la reflexión sobre el oficio de escribir que salpica algunos cuentos del libro. Somos, siempre somos lo que hacemos. Hay, para mí, una vocación eminentemente deconstructora en estos textículos de Ravelo, en los que nadie actúa como debiera actuar y todo acaba –volvemos a Unamuno— como sumido en una niebla. Entreverados aparecen los microrrelatos tipo, que son en este libro ejemplares.

Últimamente, y con demasiada asiduidad, los escritores o aspirantes a ello se han dado al microrrelato como quien se da a la bebida -ya se sabe que la dipsomanía era valor antiguo en el escritor-. Los resultados no pueden ser peores. En muchos casos –demasiados, diría yo—, el producto de esa moda -más propiamente vicio que debiera evitarse— es el descrédito de la fórmula narrativa. Yo les recomendaría que, antes de escribir un microrrelato, repitiesen las palabras de Bartebly, el escribiente (“Preferiría no hacerlo”) y leyeran uno de Alexis Ravelo.

Alexis Ravelo: Algunos textículos, Anroart Ediciones, 2007.
136 págs. ; rúst. ISBN: 84-96887-38-3