14.2.06

Un silencio entre tinieblas, de Guillermo Perdomo

Como tantas otras cosas en esta vida que nos ha tocado en suerte vivir, la novela ha ido perdiendo profundidad y ha ganado en previsibilidad. En ocasiones merece más la pena leer un artículo de opinión que una novela.

Las novelas no tienen por qué contar historias lineales ni han de dirigir al lector hacia su conclusión. Las novelas abren al mundo de lo posible a sus lectores. Las novelas, y la redundancia en este caso es pertinente, hacen participar al mundo de las posibilidades que éstas ofrecen en sus páginas. Con ellas, se pone en juego la memoria de todos, en la que participa.

Parece que esas “normas”, que en el fondo habían estado presentes en todas y cada una de las buenas novelas de manera implícita, han ido siendo abandonadas, como si con ello se estuviera señalando que el mundo, como ese reflejo que pretende ser la novela, está perdiendo consistencia y que sus habitantes, confundidos ante tanto ruido e incapaces de comprender, precisan de la facilidad; como modernos Cándidos, de la ingenuidad del que cree que está en el mejor de los mundos posibles. Afortunadamente, nos queda la memoria y su ejercicio nos salva constantemente de morir en una miseria espiritual que es la que tienen para nosotros.

Un silencio entre tinieblas de Guillermo Perdomo nos viene a dar la posibilidad de abrimos a la memoria. Y aquí hablo de varias suertes de memoria: la de la propia novela, es decir, el ejercicio a que el lector se entrega para poder ir encajando las piezas de que se compone; la del tiempo en que ésta acontece, que también nos obliga a situamos una y otra vez, y, junto con ésta, nuestra memoria, con la que establecemos un vínculo con lo que se dice en la novela. La memoria, que se asocia en cualquiera de las tres formas –acaso habría de decir que es una sola— con tiempos y espacios determinados, se me antoja la gran protagonista de esta novela en apariencia.

Estamos ante un texto premeditado: Un silencio es una caja china con la particularidad de que al final no se desvela nada; éste permanece abierto. Pero también podría hablarse de una novela de años de aprendizaje o de una saga familiar. Cualquier etiqueta que queramos ponerle sería insuficiente y no definiría el libro que tenemos entre las manos. Con ello no se quiere afirmar que se trata de un texto oscuro: la oscuridad esconde, muchas veces, falta de profundidad. Ahí precisamente está su virtud: Un silencio entre tinieblas nos ofrece participar del ejercicio verdadero de la lectura, un juego en el que ponemos lo que el autor omite, lo que no se cuenta, y en el que hemos de plantear todas las posibles variantes que tiene el autor ante sí a la hora de ir urdiendo su narración. Y es un texto de múltiples discursos que nos proporcionan el aire y el ritmo de otra vida posible.

Como la vida, la novela se nos muestra en fragmentos: surgen personas y cosas en su tránsito por el mundo y el lector va vinculándolos para tener ante sí la historia que forma parte de su propia historia. La novela entra a formar parte de la historia de cada uno de sus lectores. Y como la vida, la novela va quedando en tinieblas, a la espera de un destello, un fogonazo, un despertar; de alguien, en definitiva, que quiera hacer uso de la memoria para volver a poner todo en movimiento.

Guillermo Perdomo: Un silencio entre tinieblas, Santa Cruz de Tenerife, 2002.









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