15.2.06

El parque, de Santiago Gil

Comenzaré con una afirmación. Este es el tercer título que Santiago Gil publica con la editorial canaria Anroart. Este es, además, el tercer acto de presentación en el que participo; el segundo libro que ofrezco al lector. Con ello subrayo dos hechos para mí fundamentales. El primero, que estoy ligado a Anroart, como proyecto en el que creo firmemente. El segundo, que parte de mi discurso comienza a asociarse al del autor sobre el que hoy tratamos de acercar a ustedes.

Como cualquier relato que se precie, este inicio marcará “fatalmente” el resto del texto. Es, digámoslo así, el primer impulso; el motor que hace que se ponga en marcha la maquinaria textual que, paso a paso, con el paladeo más o menos torpe de cada una de sus partes, se convierte en ese eco que queda al final de la lectura/escucha de un texto. Y aquí, comienzo una vez más: cada palabra que el autor sitúa en un texto viene a revelar el destino de cada palabra posterior y, así, hasta el infinito. La literatura es, al fin y al cabo, alegoría de la vida. Cada imagen que en ella se da viene a completar la anterior hasta que el cúmulo de imágenes –o palabras, frases, párrafos— venga a llamar a la vida.

Y continúo con otra afirmación: siempre me ha fascinado la capacidad que tiene el individuo de conformar un discurso que, precisamente, llame a la vida y haga que nosotros participemos de ella. Como acontecía con los puntillistas, cada uno de los puntos que quedaba plasmado en el papel no nos dice nada hasta que somos capaces de tomar distancia y observar el todo. Así ocurre con los textos que leemos. A medida que vamos siendo conducidos por él, las palabras dejan de ser meros puntos para convertirse en el trazo exacto de una existencia.

La literatura debería hacernos amar la vida sobre todas las cosas, y digo debería porque desgraciadamente en muchas ocasiones no nos proporciona esa sabiduría, y léase aquí conocimiento del mundo en tanto que capacidad de ubicarse en el lugar del otro. La lengua debería hacerse cuerpo, como nosotros somos cuerpo en la medida que hemos sido nombrados.

Vienen estos apuntes a propósito del libro de Santiago Gil, El Parque. El concepto del libro está relacionado con el concepto del mundo. El libro implica un todo cerrado, en movimiento, sí; pero cerrado. Remite pues a un orden que puede ser intrínseco, es decir, que tiene sentido por sí mismo; o extrínseco, esto es, que ha de relacionarse con otros que le ayuden a justificar su existencia. Así ocurre con el mundo. Por tanto, decimos el libro es el mundo. Así, el voltaireano Cándido afirmaba que vivía en el mejor de los mundos posibles, un mundo explicado de manera exenta, como si el resto no existiera. Y con ello, una vez más, estamos apuntando al libro de Santiago Gil.

Voy creando un artefacto que tendrá que lograr una forma en un momento determinado, cuando llegue al final al que parece me aproximo. ¿Y El Parque?

El parque es un libro que parte, a mi juicio, de la creencia de su autor en sus sentidos. El parque aparece ligado al concepto del mundo, tal como apunté con respecto del libro. Cada relato viene a conformar el espacio en que tiene lugar, ese espacio soñado por el autor. Desde el momento que el lugar se aleja de su verdadero existir, estamos ante un espacio soñado, lo que me recuerda al procedimiento artístico empleado por Jorge Oramas, influido por la escuela del realismo mágico que tan eficazmente fue divulgado por el fotógrafo Franz Roh. Los elementos que vienen a conformar un cuadro –perdonen la simplificación- que forman parte de la realidad son llevados a una atmósfera de sueño.

Y afirmo para continuar, y podrá chocar al oyente: se trata de un libro de crónicas. Santiago Gil ejerce su oficio de periodista para reflejar el tiempo que le ha tocado en suerte vivir y va trazando en sus relatos un certero retrato de la sociedad contemporánea. El autor se dedica a especular, es decir, que se entrega al oficio de registrar, mirar con atención lo que le rodea para reconocerlo y examinarlo. Santiago Gil es periodista y ello supone facilidad para la escritura y, sobre todo, disciplina en el ejercicio de la escritura. Y en ello hemos de ver un detalle que pude resultarnos chocante y que nos hará reflexionar.

Y con ello concluyo: este libro está planteado de manera especular, es decir, estamos ante un espejo –de ahí, la mención a Oramas— y en ese espejo se ven reflejados todos los personajes de este relato. La distancia –que es en sí, lo que convierte en inverosímil el relato real— nos proporciona elementos de juicio suficientes para reconocer –como ocurre en Oramas— que aquel lugar donde transitan perdedores, necesitados, solitarios y locos podría ser el Retiro; pero también el parque Doramas, por poner un ejemplo.

Decía al principio, que cada imagen que aparece en un texto literario viene a completar la anterior hasta que el cúmulo de imágenes –o palabras, frases, párrafos— venga a llamar a la vida. La invitación a la vida es una invitación también a la lectura; es algo como un paseo por un parque a media mañana: inusual por el momento del día en que se produce.

Santiago Gil: El parque, Gran Canaria, 2005.

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